Como en todos los opiáceos de prescripción y “drogas de calle” como la heroína, el consumo de metadona conlleva un riesgo muy alto de desarrollar dependencia física y psicológica. La mayoría de personas que en un momento determinado desarrollan esta dependencia a la metadona están familiarizadas con la adicción, ya que han comenzado a consumir metadona precisamente para combatir las consecuencias de su adicción a la heroína. En este sentido, suele ser frustrante para el paciente y para la familia encontrarse con que la dependencia de la heroína se ha convertido en dependencia de otra droga como la metadona, producto de un tratamiento de desintoxicación supuestamente orientado a curar de la dependencia a la heroína.
Con el consumo crónico de metadona, el cerebro puede dejar de producir endorfinas, analgésicos naturales, porque se ha acostumbrado a la metadona. Así, el cerebro produce un cambio estructural y funcional en su circuito y sólo empieza a funcionar “normalmente” si sólo si, hay presencia de metadona en su flujo sanguíneo cerebral.
El consumidor debe entonces reemplazar estas endorfinas naturales por la ingesta de metadona para sentirse bien. Pero como el cerebro se ha adaptado a la metadona, se vuelve cada vez menos sensible a esta sustancia y, por tanto, la dosis debe ser aumentada gradualmente para obtener los efectos que se experimentaban previamente al consumir metadona. A este proceso se le denomina tolerancia, y conduce normalmente a la dependencia.
La dependencia se desarrolla cuando, después de un consumo permanente y constante de metadona y al interrumpirse este consumo, aparecen reacciones fisiológicas. Esto ocurre porque, cuando se deja de consumir metadona, las neuronas que han estado inhibidas durante un tiempo empiezan a liberar otra vez neurotransmisores, y se da un desequilibrio cerebral de las sustancias químicas que interfiere en el sistema nervioso y produce el clásico síndrome de abstinencia de los opiáceos: nauseas, espasmos musculares, calambres, ansiedad, fiebre, diarrea. Estos síntomas pueden ser muy graves, de hecho peores que los del síndrome de abstinencia de la heroína, y para evitarlos el consumidor normalmente vuelve a administrarse metadona. Las evidencias de los casos de adicción a la metadona hacen sugerir que esta sustancia es tan adictiva como la heroína, aunque no esté presente la atracción psicológica que supone inyectarse una dosis.