Fuente: EFE.esPor: Omar Segura
La ansiedad, angustia, depresión, hipertensión, ha originado un nuevo término médico: el síndrome del desempleado
La falta de trabajo no sólo es nociva para el bolsillo, sino también para la salud física y el equilibrio mental.
La inactividad laboral causa ansiedad, angustia, depresión, hipertensión, y diversas dolencias psicosomáticas.
El riesgo de despido disminuye la resistencia ante la enfermedad, aunque la falta de subsidio o seguro de desempleo, y la baja de larga duración, son los factores más negativos para el equilibrio psicológico y emocional.
Para la gran mayoría de las personas, las vacaciones son un momento ansiado a lo largo de todo el año: la pausa en la actividad laboral que permite reencontrarse consigo y la familia, y es el medio de recargar las pilas para comenzar el nuevo curso.
En cambio para otros, en vez de ser unas semanas deseadas, las vacaciones son una situación obligada que dura todo el año y se produce por imperativo del mercado laboral, produciendo un malestar que va desgastando la salud de manera progresiva.
La larga lista de trastornos asociados a la inactividad laboral, desde ansiedad, angustia y depresión, hasta hipertensión, mayor mortalidad y diversas dolencias psicosomáticas, ha originado un nuevo término médico: el "síndrome del desempleado".
Para algunos expertos, el simple riesgo de ser despedido reduce la resistencia a padecer cualquier enfermedad, aunque la falta de subsidio o seguro de desempleo, y la baja laboral de larga duración, son los factores más negativos para la salud.
Aunque aún no se ha establecido una relación causa-efecto entre el desempleo y el deterioro físico y mental, debido a los múltiples factores que inciden en la salud, los últimos estudios muestran una correlación estadística entre ambas circunstancias.
MENOS TRABAJO, MÁS TRASTORNOS
Es imposible aislar el efecto exclusivo del desempleo sobre la salud, porque los grupos sociales que lo sufren suelen tener una relación directa con los niveles más desfavorables de riqueza, nutrición, educación y otros indicadores de calidad de vida. Al menos es eso lo que dicen los expertos.
Las resultados de los estudios no siempre coinciden y, a menudo, son contradictorios, pero no dejan de ser alarmantes.
Existen indicios de que los trastornos mentales y físicos relacionados con el desempleo empeoran con el tiempo, a medida que pasan los meses, después del despido.
La falta de subsidio o seguro de desempleo, y el desempleo de larga duración, son los factores más negativos para la salud, según los informes.
Los trastornos psicológicos van minando progresivamente el sistema inmunológico humano y predisponen al organismo a sufrir dolencias que van desde la úlcera, la colitis y las cefaleas, hasta las cardiopatías y el asma. Los niveles de aspiración, la participación positiva y el sentido de autonomía de la persona se ven afectados negativamente por el desempleo.
Para los especialistas, los efectos del desempleo varían según la edad, el sexo, la formación y el estado civil de los afectados, también según la duración de la falta de trabajo.
La desocupación afecta menos a las mujeres, cuyas responsabilidades diarias están más repartidas, respecto de los hombres, que tiene mayores tendencias autodestructivas.
También perjudica más a los jóvenes sin estudios, a los cuales suele empujarlos a la delincuencia, la marginación o los hábitos insanos, y causa un mayor aumento de las dolencias psicosomáticas entre los adultos.
Fases de la desesperación
Los investigadores Jahoda, Eisenberg y Lazarsfeld han descrito las tres fases psicológicas que aparecen después de la pérdida del puesto de trabajo.
Primero el afectado niega la situación. Muestra un sentimiento de "estar de vacaciones". Efectúa reparaciones en el hogar, pinta las paredes, limpia meticulosamente su automóvil.
Después entra en un estado de congoja, aflicción y angustia al comprobar que no puede encontrar trabajo.
La amenaza de pobreza puede convertirse en una obsesión. Se idealizan las ocupaciones anteriores. La mayor parte del tiempo se dedica a buscar trabajo, con peligro de agotamiento y un trasfondo de desolación.
Finalmente, deprimido y resignado, se acomoda al estilo de vida del desempleado. Dosifica la búsqueda de trabajo y restringe sus relaciones sociales.
Ve mucha televisión, como si la familia le fuera ajena. Corre el riesgo de resignarse a su condición de desempleado. La falta de trabajo puede convertirse en un elemento consustancial de la persona para el resto de su vida.
Además de brindar la sensación de poder modificar el entorno, el trabajo permite desarrollar determinadas capacidades, nos sumerge en la comunidad y ofrece la oportunidad de tener un papel en ella.
Surgen objetivos individuales o comunitarios. El trabajo tiene aspectos alienantes, pero la alienación parece aún más fuerte en los desocupados, según el experto en salud laboral Oriol Ramis.
La condición de desocupado lleva a un ocio forzoso: una nueva fuente de tensión. Los cambios que origina esta situación obligan a repensar la situación del individuo con relación a la familia, a la sociedad y a sí mismo. Es una encrucijada psicológica que aumenta la ansiedad y los síndromes depresivos, según Ramis.
IMPORTANCIA DEL RECONOCIMIENTO SOCIAL
La privación de un código social y la consiguiente frustración podrían ser muy perjudiciales para la propia autoestima, lo que puede acentuar la sensación de pérdida del control sobre el propio destino, según la investigadora Eunice Rodriguez, autora de una tesis sobre el tema para la Universidad de California.
La precarización de las condiciones de vida que acarrea el paro incide en la salud: la nutrición, educación, condiciones de la vivienda y otros factores determinantes en la salud empeoran, según un informe del sindicato español Comisiones Obreras (CCOO).
La disminución de ingresos abarata la alimentación que se traduce en un déficit de proteínas, e impide mantener niveles adecuados de comodidad, temperatura e higiene en la vivienda.
El trabajo estructura el tiempo diario de las personas y facilita las relaciones, favorece la autoestima al recibir remuneración por ejercer actividades y habilidades aprendidas y disfrutar del ocio y las vacaciones como algo merecido.
La vulnerabilidad psíquica del desocupado también puede causar cambios de hábitos nocivos, como la alteración de la dieta, el tabaquismo, el alcoholismo o el insomnio.
Además, el desempleo de larga duración ha sido relacionado estadísticamente con un aumento de las enfermedades nerviosas y cardiovasculares y de los trastornos psíquicos, como depresión, ansiedad, estrés, insomnio e insatisfacción.
El estudio de CCOO revela que en las poblaciones de más de 50.000 habitantes con tasas de desempleo de más de un 10 por ciento, hay un aumento en el consumo de psicofármacos de más del 18 por ciento, respecto de etapas de estabilidad económica.
Las encuestas sanitarias de Barcelona (España) indican las diferencias entre los trabajadores ocupados y los desempleados: los segundos no sólo sufren más casos de depresión sino que perciben su propio estado de salud como peor, comparados con los primeros.
Del desempleo al diván
La falta de trabajo puede convertirse en un elemento consustancial de la persona para el resto de su vida
Según un estudio publicado por la revista "British Medical Journal", el desempleo es un poderoso factor que se relaciona con el padecimiento de enfermedades psiquiátricas en personas menores de 65 años, que necesitarán ingreso hospitalario.
En los años que siguieron al cierre de una fábrica de productos cárnicos en Calne, una pequeña ciudad británica, el número de visitas al médico aumentó un 40 por ciento y los ingresos en el hospital aumentaron hasta cuatro veces más que el promedio local.
El médico M. H Brenner no sólo demostró en 1976 que las admisiones en los hospitales psiquiátricos de Nueva York se relacionaban con las tasas de paro en el período 1914-1967, sino que elaboró un modelo matemático capaz de predecir el aumento de la tasa de mortalidad y de admisiones en centros de salud mental que sufrirá una comunidad determinada si aumenta el desempleo.
Un estudio efectuado por epidemiólogos de la Universidad de Londres (UL), a lo largo de catorce años en siete ciudades británicas ha descubierto una relación significativa entre el desempleo y la mortalidad, al comparar la salud de los varones empleados fijos con la de los parados o jubilados prematuramente.
Las principales causas de muerte entre los que tienen y no tienen trabajo son las mismas, el cáncer y las enfermedades cardiovasculares, pero el riesgo de muerte es el doble entre los segundos, que entre los primeros.
MORIR DE ABURRIMIENTO
Otra investigación indica que si se toma a Europa en conjunto, la mortalidad entre los desempleados es un 20 por ciento mayor que la del resto de la población.
Según el estudio de la UL la incidencia de suicidio no fue superior entre los desempleados. Pero algunos especialistas han detectado un aumento exponencial de personas que se quitan la vida en los países y regiones con altas tasas de paro, como Irlanda, Escocia y España. Otros calculan que la incidencia del suicidio es tres veces mayor entre las personas sin trabajo.
Los desempleados tienen una mayor tendencia a padecer hipertensión arterial, trastornos digestivos y problemas respiratorios, cardiovasculares y musculoesqueléticos, así como obesidad, diabetes y toxicomanías, según la Asociación Española de Especialistas en Medicina del Trabajo (AEEMT).
En Gran Bretaña, los costes sanitarios relacionados con el desempleo superan los 10 millones de dólares al año. Para algunos expertos el desempleo debería preocupar igual que las patologías relacionadas con dietas deficitarias, los carcinógenos o el SIDA.
El conocido chiste que dice que “el trabajo es tan perjudicial para la salud que es necesario pagarle a la gente para que lo haga” no parece tener ninguna evidencia científica que lo respalde.