Etiología de la menopausia precoz
La etiología de la menopausia es el agotamiento de la reserva foliculogénica; por lo tanto, todas las causas que faciliten esa decadencia del ovario promoverán la menopausia precoz.
Según Jacobs y Murray proponen una lista de etiologías:
Alteraciones cromosómicas.
Defectos enzimáticos.
Etiología autoinmune.
Idiopática.
Menopausia precoz iatrogénica.
Factores que influyen sobre la edad de la menopausia
Hay una serie de factores que modifican la edad de la menopausia, siendo los más importantes la herencia y el tabaco (Alonso, 1997):
Herencia: es posible que exista un determinante genético y por eso con frecuencia las hijas responden al modelo de las madres. Así pueden explicarse las diferencias raciales.
Tabaco y alcohol: está claramente demostrado que la edad de la menopausia se adelanta en mayor grado en mujeres fumadoras que en las mujeres que ingieren alcohol.
Raza: las razas de la cuenca mediterránea y las africanas tienen la menopausia antes que las nórdicas.
Menarquia: no está claro. Se acepta que influye muy poco.
Estado civil y profesión: las casadas tienen la menopausia más tardes que las solteras. Y las que trabajan fuera de casa suelen tenerla antes.
Paridad: las nulíparas son menopáusicas antes que las multíparas.
Ingesta de anovulatorios: no está demostrado su efecto.
Factores socioeconómicos: parece que solamente influye la nutrición. Las mujeres mejor nutridas suelen ser menopáusicas más tarde.
Obesidad: según algunos autores puede retrasarse la menopausia en caso de obesidad importante.
Según Botella (1990) otro de los factores que influyen es el:
Deporte: el deporte muy continuado o profesional deteriora la función ovárica y puede dar lugar a la menopausia adelantada. Sin embargo el ejercicio moderado contribuye una mejorar la salud y a que la menopausia siga su curso natural.
Sintomatología de la menopausia precoz
El cuadro clínico de estas mujeres es igual que el de las mujeres con menopausia en su momento normal. Se diferencia, sin embargo, en que cuanto más precoz es la menopausia, más acentuada es la sintomatología (Botella, 1990). Los síntomas principales, según este mismo autor, son: inestabilidad psíquica, sofocos, atrofia de los epitelios vaginales, complicaciones cardíacas y osteoporosis.
La sintomatología que presentan las mujeres en la menopausia derivan de dos situaciones fundamentales (VV. AA. 1999):
Cese de la actividad ovárica, con el consiguiente déficit hormonal, vinculados con cambios metabólicos en otros órganos (hueso, pared vascular,...) afectados por la carencia hormonal.
Factores psico-sociales, donde el medio ambiente donde se desenvuelve la mujer y su carácter van a ser fundamental para abordar esta etapa.
Sintomatología de la menopausia (VV. AA. 1999).
Los síntomas podrían agruparse en cuatro grandes áreas (Dueñas, 2001): sintomatología neurovegetativa (sofocos, sudoración, mareos), clínica psicológica o psicoafectiva (estados depresivos, tristeza, insomnio, astenia, etc.), sintomatología urogenital (sequedad vaginal, coitalgia, estrés urinario, etc.) y musculoesquelética (dolores articulares, artromialgias, etc.).
Este mismo autor, Dueñas, considera el hipoestrogenismo como un importante factor de riesgo de enfermedades cardiovasculares y de osteoporosis.
Los síntomas más frecuentes consisten en inestabilidad vasomotora, atrofia del epitelio urogenital y de la piel, disminución del tamaño de las mamas y osteoporosis. Estos síntomas y sus corolarios de insomnio y disfunción sexual son molestos y producen alteraciones significativas del estilo de vida. Tales procesos pueden ser contrastados con los asintomáticos, asociados a la menopausia, como son la osteoporosis y la cardiopatía isquémica (Magnani, Sánchez-Arcilla y Ferrer, 1999: en Araujo 2002).
Una de las clasificaciones más importantes es la de Utian (1980), basada en el órgano afectado. Destacamos los órganos neuroendocrinos (sofocos, alteraciones psicológicas), los órganos cardiovasculares (arteriosclerosis, angor e infarto) y los órganos esqueléticos (osteoporosis y artralgias).
Existe en ambos sexos una tendencia al aumento de la tensión arterial con la edad, en la mujer es menos marcada hasta la edad de la menopausia, a partir de entonces comienza a aumentar progresivamente, hecho que coincide con la caída de estrógenos (Palacios, 1994).
Araujo (2002) recoge en su tesis la importancia de la osteoporosis como consecuencia física de la menopausia (Jackson, 1997; Sivera, 1993; y Chrischilles, 1996).
Jazmann, Van Lith y Zaa (1969), explican los trastornos psíquicos en mujeres menopáusicas a partir de los cambios hormonales que se producen en esta etapa de la vida. Sin embargo, Parrilla, Álvarez y Estrivano (1991) en investigaciones realizadas con esta población se apunta a que los factores psicosociales tienen más influencia en la aparición en este tipo de patología, que los propios cambios hormonales. Estas concepciones de estos diferentes autores son recogidas en la tesis de Araujo (2002).
Según Valdivia y Saavedra (1997) los síndromes o alteraciones relacionados con la menopausia pueden ser de origen metabólico, osteoarticular y cardiovascular, tales como osteopenia, sarcopenia, hiperinsulinemia, hipertensión y enfermedad coronaria.
Beneficios que reporta la práctica de la actividad física frente a los síntomas de la menopausia precoz
A continuación vamos a incidir sobre algunos de los síntomas provocados por la menopausia precoz, especialmente la osteoporosis e hipertensión, y su posible tratamiento desde la actividad física. Los síntomas son los siguientes:
Ejercicio físico y osteoporosis En este apartado vamos a tratar algunos aspectos relacionado con el ejercicio físico y la osteoporosis, sin hacer mención a qué tipo de actividad física es la más adecuada, siendo este punto abordado en el siguiente epígrafe.
Gutin et al. 1992, dicen que investigaciones recientes sugieren que las fuerzas mecánicas actúan sobre los osteoblastos para formar huesos nuevos que se adapten a la carga mecánica.
Según Junior (1994), en Araujo (2002), la práctica regular de ejercicio físico aumenta la masa ósea. Tal información puede basarse en trabajos realizados en la última década, controlados mediante densitometría ósea. El mantenimiento de la masa ósea o su aumento, parecen estar relacionados directamente con la contracción muscular, la acción de la gravedad y el estrés mecánico al que el hueso esté sometido. El ejercicio aplicado en individuos con osteopenias u osteoporosis tiene efecto en la disminución en la pérdida de la masa ósea, estabilizándola.
Se ha observado que el brazo de una tensita posee un 28% más de tejido óseo que el brazo contralateral no utilizado (Valdivia, y Saavedra, 1997). Estos mismos autores dicen que la pérdida de tejido muscular, la falta de actividad que traccione, sobrecargue e impacte al hueso, va a inducir en osteopenia. En este respecto, Saavedra (1998) dice que se correlaciona la osteoporosis con la debilidad del tejido muscular como una de las tantas variables que causan esta terrible alteración.
La actividad física es el arma terapéutica más inocua y eficaz en la prevención de la osteoporosis. Independientemente de los demás efectos beneficiosos que sobre la salud comporta la práctica habitual de ejercicio físico (Erikssen, 1998).
Alguno de los estudios que se han realizado sobre inactividad total, con sujetos sanos permaneciendo en cama durante periodos de 4-32 horas semanales, han demostrado pérdidas del 1% de la masa ósea por semana. Cuando estos comenzaron a realizar práctica física los huesos ganaron la masa que habían perdido (Padial, Chirosa, Chirosa, 2000).
Las mujeres más que los hombres, necesitan lograr esfuerzos (tensiones) mínimos esenciales requeridos para que el modelado óseo ocurra y, por último para reducir el riesgo de osteoporosis. La prevención de la osteoporosis requiere sobrecarga axial sobre todo el esqueleto por encima de lo normal (Scarfó, 2001).
3.1.4. Ejercicio físico aconsejado
Tenga en cuenta las siguientes reglas referentes al ejercicio y al entrenamiento (Weineck, 2001).
El mayor aumento de masa ósea se consigue con los estímulos que generan el peso y la fuerza.
Los esfuerzos físicos tienen un efecto directo sobre las regiones del esqueleto que son sometidas directamente al peso.
Un hueso solamente puede fortalecerse y permanecer fuerte cuando se lleva a cabo un programa de entrenamiento y ejercicio regular, durante un tiempo prolongado y adecuado a la capacidad de carga individual.
Un aumento de la masa muscular conseguido con ayuda del ejercicio se pierde de nuevo cuando se reduce o interrumpe el entrenamiento.
Para una persona no entrenada, los esfuerzos pequeños son suficientes para recuperar los huesos estructuralmente o, al menos, conservar la masa ósea existente y evitar que se pierda aún más sustancia.
La actividad física alcanzada con el ejercicio y el deporte produce a todas las edades una adaptación positiva en todo el organismo.
Los ejercicios deben estar caracterizados por la ejecución de fuerza muscular y de impacto, es decir, deben ser de alta intensidad y corta duración, por lo que la natación, el ciclismo o el caminar no serían aconsejables en este tipo de pacientes, ya que no poseen umbrales suficientes para activar mecanismos de síntesis de proteínas que incrementen las funciones y las estructuras de las células correspondientes al tejido muscular y óseo (Saavedra, 1997).
Las contracciones musculares producidas por el entrenamiento de fuerza originan cizallamiento, torsiones y compresiones, capaces de influir en el remodelado del hueso y por tanto incrementar la densidad mineral ósea (Marcos: en Marín, 1999).
Gusi y Barca, (1999), indican que los sujetos que practican deportes que requieren una mayor fuerza (halterófilos, lanzadores, etc.) poseen mayor densidad ósea en las partes corporales ejercitadas que los corredores de larga distancia (maratonianos), y éstos más que los que los deportistas que no trabajan contra la gravedad (nadadores), (Dalen y Olson, 1974; Nilsson y col, 1978). (En Carratalá, y Pablos, 2002).
El trabajo físico con objetivo de mejora de fuerza aplicado dos veces por semana durante 6 meses en personas mayores de 55 años es efectivo para la mejora de la densidad ósea y por consiguiente es un buen método preventivo de la osteoporosis (Carratalá y Pablos, 2002). A uno de los objetivos específicos que llegaron estos autores en este estudio, fue que el nivel de fuerza muscular esta relacionado positivamente con la densidad ósea. Ello se explica por la respuesta adaptativa del tejido óseo al estrés mecánico provocado por la contracción muscular y la influencia de factores hormonales asociados al metabolismo del calcio y los fosfatos.
Como conclusión de este apartado, decir que los estudios e investigaciones muestran la eficacia de la actividad física sobre la manutención y mejora de la densidad mineral ósea. Pero no cualquier tipo de actividad física, sino que la mayoría de los autores coinciden en que el ejercicio más beneficioso para la prevención de la osteoporosis es el ejercicio de fuerza. Y este ejercicio debe de estar planificado y supervisado por un profesional de la actividad física conjuntamente con el médico.
La Hipertensión
En qué consiste
La hipertensión consiste en un aumento de la tensión de las paredes de una cavidad, cuando la presión de los líquidos que contiene es superior a la normal. La hipertensión arterial sería la elevación por encima de lo normal de la tensión arterial (Larousse, 1987)
De una forma operativa, la OMS da una serie de valores. Hasta 140 mmHg de presión sanguínea sistólica y 90 mmHg de presión sanguínea diastólica se consideran normales. Los valores situados entre 140 y 160 mmHg de sistólica y 90-95 mmHg de diastólica se encuentran en la zona límite. Se definen como hipertensos los aumentos de tensión sanguíneas superiores a 160 mmHg de sistólica y 95 mmHg de diastólica.
La etiología de este síndrome, es la arteriosclerosis de los grandes vasos, atribuible al descenso de las HDL, determinado por la carencia de estrógenos (Botella, 1990). En este sentido, Weineck (2001) manifiesta que la hipertensión es considerada como uno de los principales factores de riesgo de desarrollo de la arteriosclerosis, pero también puede ser una enfermedad consecuencia de una arteriosclerosis.
Las consecuencias más graves de la hipertensión, junto con la arteriosclerosis, Weineck (2001), son las enfermedades coronarias como la angina de pecho, el infarto de miocardio, la muerte súbita y la insuficiencia cardiaca.
Los factores de riesgo, según Meléndez (2000), en la enfermedad coronaria sería: lípidos, tabaquismo, diabetes, obesidad, estrés e inactividad física.
Relación con la menopausia precoz
Los efectos de la menopausia natural, y por tanto la precoz, sobre la tensión arterial están poco claros. Aunque si existe una tendencia al aumento de la tensión arterial con la edad, en las mujeres es menos marcada hasta la edad de la menopausia, a partir de entonces comienza a aumentar progresivamente, hecho que coincide con la caída de estrógenos (Palacios, 1994).
Es mucho más común que las mujeres padezcan muchas menos coronariopatías que los hombres durante la época de su madurez sexual. Pero este fenómeno se invierte al llegar la menopausia (Botella, 1990). Este hecho sugiere que los estrógenos tienen un papel protector frente a los accidentes coronarios. Esto se debe a que la falta de esta increción ovárica aumenta el colesterol plasmático, disminuye la HDL (alta densidad de lipoproteínas) y aumenta el LDL (baja densidad de lipoproteínas) y el VLDL (muy baja densidad de lipoproteínas). Es decir, la menopausia altera desfavorablemente la fórmula lipídica del plasma y los estrógenos reestablecen la normalidad.
Aunque hasta el momento no exista un relación directa entre la menopausia e hipertensión, si hay estudios que evidencia de una forma u otra una relación indirecta.
. Hipertensión y ejercicio físico
Se piensa que la inactividad física es un factor que contribuye a la aterosclerosis y a la enfermedad coronaria, mientras que la actividad física intensa regular tiene efectos cardioprotectores (Fernández, 1992).
Entre las medidas no farmacológicas que propone Palacios (1994), para la mejora de la hipertensión, encontramos el ejercicio físico, entre otras. En esta línea Marcos (1994), considera que el ejercicio físico puede incidir positivamente sobre enfermedades cardiovasculares tales como la arteriosclerosis, hipertensión, etc.
El cúmulo de evidencias existente actualmente apoyan convincentemente la teoría de que el ejercicio físico regular y controlado, aparte de proporcionar otros beneficios sobre la salud, protege de las enfermedades cardiovasculares. Aunque no está demostrado que sea a través de una acción directa, pero sí por la modificación de otros factores (Serra, 1996).
Parece existir un consenso en que el ejercicio físico realizado a largo plazo consigue ligeras disminuciones de la presión arterial sistólica y diastólica de unos 10 mmHg (Meléndez, 2000).
Ejercicio físico aconsejado
Los programas de ejercicio físico no se han recomendado hasta hace pocos años atrás, a pacientes con hipertensión arterial. La actividad física se reducía a caminar y a la derivada de la propia actividad laboral. No fue hasta 1970 cuando Boyer demostró que un programa de ejercicios durante 6 meses producía una reducción de tensión arterial sanguínea, tanto en normotensos como en pacientes con hipertensión de grado ligero (Serra, 1996).
Fernández (1992), considera que el nivel mínimo de ejercicio físico a partir del cual pueden obtenerse beneficio, es el que requiere un mínimo de 2000 kcal. consumidas a la semana. También sugiere que el deporte debe practicarse en sesiones de 3 a 5 veces por semana y con una duración de 30 a 60 minutos por sesión. El ritmo debe mantenerse, ha de elevar la frecuencia cardiaca al 60-85% de la máxima teórica. Por último dice que la práctica debe de extenderse 9 meses, como mínimo, al año.
El ejercicio isotónico moderado y realizado de forma constante, es capaz de disminuir la tensión arterial incluso prevenir el aumento tensional propio de la edad. Recomienda el ejercicio físico isotónico (bicicleta, pasear correr, nadar) de forma continuada y moderada (intensidad no superior al 50% del consumo máximo de oxígeno) (Palacios, 1994).
Saavedra (1997), dice que el plan de ejercicios destinados al apoyo de variables cardiovasculares y circulatorio, deben ser ejercicios de larga duración y de intensidad baja y que por lo general se sitúan en frecuencias cardíacas que van desde el 45 al 75% de la máxima teórica.
Las actividades más adecuadas son los deportes dinámicos y que se repiten cíclicamente, que puedan practicarse durante un periodo de tiempo prolongado sin que conlleve un especial estrés psíquico con máximo de esfuerzo que aumenten la presión arterial, algo que ocurre especialmente con los deportes de resistencia (Weineck, 2001).
Hernández, M. (2001), afirma que un grupo de 30 personas mayores de 60 años sometidas a un programa de 15 semanas de ejercicio físico aeróbico, realizando 3 sesiones a la semana con una duración de 1 hora, experimentan una mayor resistencia cardiorrespiratoria que el grupo control.
En un estudio realizado por VVAA (2003), demostró que los pacientes sometidos a un programa de ejercicio físico aeróbico durante 3 meses de evolución, con una frecuencia de 5 veces por semana, una duración por sesión de 30 y 90 minutos y una intensidad de 60-70%, disminuyeron de forma significativa los valores medios de presión arterial (de 142,1 sistólica y 92,6 diastólica hasta 120,7 sistólica y 79,2 mmHg de diastólica)
Como conclusión, extraemos que el tipo de actividad física aconsejada es de tipo aeróbico, de intensidad moderada, en sesiones de 30-60 minutos y tres veces por semana al menos.
3.3. La Obesidad
La obesidad es un exceso de grasa corporal que no se corresponde siempre con el exceso de peso.
Su relación con la menopausia la encontramos en diversos estudios estadísticos que nos muestran que el 60% de las mujeres ganan de 4 a 8 kg por término medio al producirse la menopausia y en los cinco años siguientes.
Diversos estudios muestran la estrecha relación entre obesidad e hipertensión, entre estos podemos mencionar el realizado por VVAA (2003), el cual en su estudio encontró una correlación significativa (p<0.05) entre el Indice de Masa Corporal y la Presión Arterial Sistólica.
En cuanto a los ejercicios físicos aconsejados, se recomiendan los mismos que para la hipertensión arterial, es decir, ejercicios aeróbicos, de moderada intensidad, en sesiones de 30-60 minutos y tres veces por semana.
Con la peculiariedad de que sean de bajo impacto (ciclismo, natación, remo, etc.) para no dañar a las articulaciones, como consecuencia del alto estrés osteoarticular producido por el peso corporal y la actividad física de impacto.
Problemas psicológicos de la menopausia 3.4.1. Ansiedad
La ansiedad es un sentimiento subjetivo que implica la presencia de aprensión, tensión, inquietud, temor indefinido, inseguridad o miedo.
De todos los estudios consultados sobre la relación existente entre la ansiedad y la menopausia, no nos muestran una relación clara. Pero si queda de manifiesto que es en la edad de 45-54 años donde se encuentran las diferencias más elevadas, en la toma de ansiolíticos, entre hombres y mujeres.
Desde el punto de vista preventivo, existen numerosos estudios que atribuyen al ejercicio físico y a la práctica deportiva habitual un efecto tranquilizante o de relajación y por lo tanto la capacidad para reducir el estado de ansiedad, en todas las edades.
El tipo de ejercicio más recomendado según los estudios consultados, son los de tipo aeróbico realizados de forma crónica. Estos disminuyen la ansiedad en todas las edades tanto en personas sanas como enfermas. Comentar sobre el tipo de actividad, que también se han realizado estudios con práctica anaeróbica y los resultados fueron positivos, aunque esta perspectiva no está aún lo suficientemente contrastada.
Depresión
La depresión es la tristeza mayor y más prolongada que la requerida por cualquier razón objetiva.
Al igual que en la ansiedad los estudios realizados al respecto, de relación entre menopausia y depresión, no son del todo concluyentes. Pero se deja ver que es en estas edades, entre los 50 y 65 años donde se alcanza la mayor diferencia, el triple con respecto a los hombres, de consultas por depresión.
Weineck (2001), afirma que existe una clara relación entre la costumbre de hacer una actividad deportiva y un mejor estado de ánimo. Cuando las depresiones son leves, el deporte puede eliminar los temores, tener un efecto tranquilizador y, en consecuencia, disminuir la ingestión de medicamentos e incluso hacerlos innecesarios. Aunque en este respecto, también es cierto que la evaluación de los efectos de la actividad física es muy difícil, debido a su complejidad.
En cuanto a la actividad recomendada, es aconsejable aquella que conlleva un entrenamiento orientado a aumentar la fuerza (por ejemplo, la gimnasia de fuerza), la cuál está especialmente recomendada para combatir las depresiones. Los deportes de resistencia adquieren una relevancia especial, provoca un aumento de la secreción de endorfinas, cuyo efecto es de euforia sobre el estado de ánimo individual. Para las personas con necesidades sociales se aconseja una práctica que permita el contacto con otras (bailes de salón, deportes de balón,...) (Weineck, 2001)
En este respecto, el grosor de las investigaciones entre ejercicio físico y depresión, concluyen que la práctica de actividad física aeróbica a largo plazo es la más recomendada como tratamiento de esta patología. También hay autores que afirman que tanto la actividad física aeróbica como la anaeróbica producen efectos beneficiosos.
Conclusión
La menopausia precoz tiene efectos más acentuados que la menopausia que se produce dentro del período de edad normal. Porque el período de la falta de producción de estrógenos es mucho más prolongado. Por ello, la actividad física, si cabe, es mucho más importante en este colectivo.
De la sintomatología analizada, llegamos a la conclusión de que no basta con un solo tipo de actividad física para solventar todos los problemas que conlleva la menopausia.
Podemos diferenciar a grandes rasgos, dos bloques de actividad física: ejercicio físico destinado al aumento de masa muscular, para el tratamiento de la osteoporosis; y el ejercicio físico aeróbico, para el tratamiento de la hipertensión, obesidad, ansiedad y depresión.
Por lo tanto, no basta con una simple caminata. Sino que debe ser una actividad planificada, variada, motivante, individualizada y progresiva, supervisada por el profesional de la actividad física.
La actividad física puede ser el complemento ideal a los tratamientos farmacológicos, disminuyéndolos o incluso erradicándolos. Aunque ésta si no está correctamente realizada y bajo la supervisión de un profesional, puede acarrear consecuencias no deseadas.
Por último abogamos por equipos interdisciplinares para la resolución de los efectos producidos por la menopausia.
Ninguno de los estudios mencionan la Amplitud de Movimiento (ADM), como una variable importante dentro del tratamiento.
Esta capacidad física puede ser muy importante para aumentar la calidad de vida de las personas posmenopáusicas, y por tanto su estado de salud.
"Todas aquellas partes del cuerpo que tienen una función, si se usan con moderación y se ejercitan en el trabajo para el que están hechas, se conservan sanas, bien desarrolladas y envejecen lentamente, pero si no se usan y dejan holgazanear, se convierten en enfermizas, defectuosas en su crecimiento y envejecen antes de hora" (Hipócrates)
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